viernes, 26 de noviembre de 2010

CULTURA CHAVIN

C U L T U R A C H A V I N

Considerada por mucho tiempo como la “CULTURA MATRIZ”, Origino la primera integración regional en el Perú, por lo que inicia el Primer Horizonte. Se organizó bajo forma de un Estado Teocrático

UBICACIÓN.- Se desarrollo en el distrito de Chavín de Huantar, Provincia de Huari, Departamento de Ancash. En el lado oriental de la cordillera Blanca.se expandió desde Cajamarca y Lambayeque por el norte hasta Ica y Ayacucho por el sur 
CRONOLOGIA.- Entre los años 1,000 a.c. y 200 a.c.

DESCUBRIDOR.- El arqueólogo peruano Julio C. Tello el año de 1919

ASPECTO SOCIAL.- En esta época se manifestaron las primeras clases sociales:
LOS SACERDOTES.- que era la clase que gobernaba (Teocracia)
LOS ARTESANOS.- ocupaban un lugar especial con cierto privilegio
EL PUEBLO.- la mayoría, principalmente campesino

ECONOMIA.-La mayoría de población se dedicaba a las actividades productivas de carácter comunal, principalmente en la agricultura, ganadería,la pesca y también el comercio.

APORTES CULTURALES
CERAMICA.- Tiene forma globular con gollete de estribo;Utilizan un solo color (monocromo) generalmente el negro, tratando de imitar la piedra; pero también el marrón y el verde; su decoración es a base de figuras zoomorfas (cóndores, Felinos, serpientes)


ARQUITECTURA.- en sus construcciones utiliza especialmente la piedra en la sierra y el barro en la costa; Edificaron pirámides truncas, patios rectangulares y circulares, edificios en forma de U, templos y palacios y fortalezas como el Templo ó Castillo de Chavín de Huantar.

ESCULTURA.- Desarrollaron una técnica excelente en esculpir y tallar la piedra, especialmente en monolitos es decir una sola piedra, entre sus obras tenemos:La estela Raymondi, el Obelisco Tello, las cabezas clavas y el lanzón monolítico.
METALURGIA.- El arte metalúrgico servía para comunicar sus ideas religiosas; utilizaron el oro y en sus etapa final trabajan el cobre

TEXTILERIA.- utilizaron el algodón y la lana de auquénidos,decorados bajo la técnica del teñido resistente que representa al “Dios Vara”; emplean los colores rojo, anaranjado, marrón, verde y azul

domingo, 17 de octubre de 2010

CONOCIENDO EL PERU 4 (primeros peruanos)

CONOCIENDO EL PERU 3 (primeros peruanos)

CONOCIENDO EL PERU 2(primeros pobladores del peru)

CONOCIENDO EL PERU 1 (poblamiento de america)

POBLAMIENTO DE AMERICA(pp)

POBLAMIENTO DE AMERICA

domingo, 29 de agosto de 2010



TAN SOLO UNA LUZ
tan solo una luz puede encender un fuego
y pronto su calor abarcar el mundo entero
asi es como el amor de Dios
cuando habita en ti alos demas los llevaras
nadie te detendra...

Has visto el verdor de la naturaleza
y el tenue resplandor de el sol cuando se aleja
mas bello es el amor de Dios cuando en tu alma esta tu corazon transformara en luz y resplandor...

Quisiera para ti esa paz que Dios me ha dado
en el puedes confiar no importa tu pasado
al mundo lo anunciare
todos deben saber que el Dios de amor ami
llego mi vida transformo....

viernes, 27 de agosto de 2010

HIMNO A SANTA ROSA DE LIMA (con letra)



HIMNO A SANTA ROSA
CORO
GLORIA A TI ROSA BENDITA
DEL PERU RADIANTE ESTRELLA
FLOR DE LOS CIELOS MAS BELLA
QUE LA FLOR DE JERICO (bis)

Hollando con fe profunda
Los placeres de este suelo,
desde joven en el cielo
tu corazón se fijó (bis)

Al suyo con lazo fuerte
Juntole su dulce esposo
y de su amor generoso
suavemente le inflamo (bis)

Virgen te aclaman los cielos;
virgen pura, el nuevo mundo;
ángel de Dios sin segundo,
el Perú te crió (bis)

En vano, límpido espejo,
Satanás quiso empañarte
nunca pudo derribarte,
porque en Dios tu alma se fió (bis)

lunes, 16 de agosto de 2010

LOS ORIGENES DE LA MISA: GESTOS Y SIMBOLOS. EXPLICACION DE LA MISA (tema de reflexion)

Los Orígenes del Santo Sacrificio de la Misa
Si no puede haber religión sin sacrificio, ¿dónde está el sacrificio de los cristianos? Evidentemente en la misa. Al menos tal ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia católica. Hagamos pues otra pregunta: ¿En qué se asemejan nuestras misas a un sacrificio?
¿Dónde está en ellas la manifestación clara y decidida de nuestra adoración y de nuestra suma reverencia a Dios? ¿Dónde la afirmación de nuestra perfecta sumisión a sus preceptos?
El Salvador ofrece su sacrificio
La tradición cristiana, el testimonio de las Sagradas Escrituras y la doctrina de los santos padres son unánimes: nuestra santa religión gira enteramente alrededor del sacrificio del Verbo de Dios consumado en la cruz, y el culto cristiano se organizó desde los comienzos como el fruto, la continuación y la aplicación de este acto sublime. Cuando San Juan Bautista vio venir a Nuestro Señor, comprendió por revelación divina que Él era el verdadero cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn. 1), y que por consiguiente ya había llegado la plenitud de los tiempos.
¿Cuándo empezó el sacrificio de la nueva ley?
Puede decirse que empezó desde el primer momento de la Encarnación. San Pablo (He. 10) dice en efecto que Jesucristo al salir al mundo se ofreció a su Padre, aplicándose las palabras del Salmo 39:
Los holocaustos y otros sacrificios de animales no os han sido agradables, pero habéis unido a mi naturaleza divina un cuerpo para que pueda padecer e inmolarme a vuestra santa voluntad… y yo he dicho: he aquí que vengo a cumplir vuestra santa voluntad.
Toda la vida del Salvador fue una misa y una oblación a su Padre. El anonadamiento de su encarnación, las lágrimas que derrama el Niño Dios, las privaciones que experimenta son los preludios del sacrificio. La Virgen María lo presenta en el templo, lo coloca en el altar y Jesús renueva el solemne empeño de morir por la salvación del mundo… he aquí la ofrenda y el ofertorio del sacrificio cuya inmolación ha de hacerse en el Calvario, y su participación en el Cenáculo y en la Misa.
Jesús es el verdadero cordero de Dios, que por su inmolación quitará el pecado del mundo (Jn 1,29). El Hijo muy amado del Padre (Lc 3,21) del cual San Juan Bautista confiesa que no se siente digno siquiera de desatar la correa de su sandalia.
Jesucristo prepara a sus apóstoles para el nuevo culto
Y cuando San Pedro con falso celo y falso amor quiere disuadirlo, recibe esta respuesta terrible:
"Apártate de mí Satanás, porque me eres un escándalo… porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres" (Mt 16,23).
A pesar de tantas instrucciones, los apóstoles se escandalizarán y abandonarán a su Maestro en la noche del Jueves Santo, y solamente más tarde, fortalecidos por la virtud del Espíritu Santo, comprenderán el sentido de estas palabras:
"Si el grano de trigo no muere, permanece solo, pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).
Jesús es el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas (Jn. 10,11), y es el pan de vida: quien no come de este pan que es su propia carne, no tendrá la vida eterna (Jn cap. 6).
Era necesario que Cristo sufriera para salvarnos y entrar en la gloria (Lc 24,26). Lo profetizó sin saberlo el mismo sumo sacerdote que condenó a Nuestro Señor a la muerte:
"conviene que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación" (Jn 11,49). Ahora bien, para que nos beneficiemos de tan gran don, es necesario que se nos apliquen los méritos de Cristo, lo que se hace mediante el sacrificio de la misa.
Jesús instituye el nuevo rito y lo enseña a sus apóstoles
Nunca admiraremos bastante la sabiduría y las otras perfecciones de Dios tal como se nos manifiestan en la institución de la misa. "La Eucaristía, es la omnipotencia al servicio del amor: su primer efecto es hacernos permanecer en Jesús como en una plenitud infinita. Queda Él solo: ¡es el Maestro, el Rey!" (Santa Teresita del Niño Jesús). No podemos, hacer nada mejor que citar integralmente la sagradas palabras del canon de la misa tradicional, tan lleno de unción y de piedad.
La víspera de su Pasión, tomó Jesús el pan en sus santas y venerables manos… y levantando sus ojos al cielo, a Ti, Dios, su Padre omnipotente, dándote gracias, lo bendijo, lo partió, y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él. Porque esto es mi cuerpo. De un modo semejante, después de haber cenado, tomando también este precioso cáliz en sus santas y venerables manos, dándote asimismo gracias, lo bendijo, y dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed de él todos. Porque este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe: que por vosotros y por muchos será derramada para la remisión de los pecados. Cuantas veces esto hiciereis, hacedlo en memoria mía.
Después de Pentecostés, el culto cristiano se organiza.
El Salvador dejó este encargo solemne a sus apóstoles en el momento en que iba a ofrecerse en sacrificio: "cuantas veces esto hicieréis, hacedlo en memoria mía". He aquí como lo explica el Concilio de Trento: "Aunque Nuestro Señor debiera ofrecerse una sola vez a su Padre,
uniéndose en el altar de la cruz para obrar la redención eterna, quiso dejar a su Iglesia un sacrificio visible, tal como lo requería la naturaleza de los hombres, por el cual se aplicase de edad en edad por la remisión de los pecados la virtud de este sangriento sacrificio que debía cumplirse una vez en la cruz…
en la última cena, en la misma noche en que fue entregado, declarándose sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, los dio a sus apóstoles, a quienes hizo entonces sacerdotes del Nuevo Testamento, y por estas palabras:
Haced esto en memoria mía, les mandó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio que ofreciesen la misma hostia".

La Santa Misa
Explicación de la misa. Carta del Cardenal Norberto Rivera.
Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda (I Corintios 9, 16-19).
Estas frases de san Pablo podrían aplicarse a toda la Iglesia. Esto es lo que ha hecho la Iglesia desde sus orígenes: proclamar el Evangelio. Siendo libre, se ha hecho esclava de muchos, servidora abnegada, para ganar para el Evangelio a la mayoría, a los más que ha podido y puede, para entregarles la revelación de Jesucristo que nos descubre el amor y nos abre las puertas de la salvación. El Evangelio es el centro de la primera parte de la Misa: la liturgia de la palabra. La Iglesia proclama solemnemente la Buena Nueva (Eu-angelion: Evangelio) de Jesucristo en la liturgia eucarística.
La Eucaristía es el misterio de la fe y, por tanto, es necesario que la asamblea cristiana de los fieles alimente su fe escuchando la palabra de Dios antes de acercarse a su mesa. Seguimos así una tradición que nace con la Iglesia (Cf Hechos 20, 7-11). El mismo Jesús en la Última Cena enseñó el mandamiento del amor antes de partir el pan con sus apóstoles (Cf Juan 13) o leyó y explicó la palabra de Dios en la Sinagoga (Cf Lucas 4, 16), tal como hacemos hoy en todas las misas del mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña:
La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
- la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
- la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.

Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (Cf Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (Cf Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum 21) (Catecismo de la Iglesia Católica 1346).
La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir, sus cartas y los Evangelios; después, la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que "es verdaderamente, Palabra de Dios" (I Tesalonicenses 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constitui-dos en autoridad" (I Timoteo 2,1-2). (Catecismo de la Iglesia Católica 1349).
La lectura se hace desde un lugar destacado, el “ambón”, un puesto algo elevado y bien visible. Cualquier bautizado puede realizar este ministerio litúrgico, pero debe prepararse para hacerlo digna y eficazmente.
La primera lectura casi siempre se toma del Antiguo Testamento. Puede ser un libro histórico, de la ley, de los profetas o de los escritros sapienciales. La Iglesia ha distribuido los principales textos del Antiguo Testamento a lo largo de todo el Año Litúrgico estableciendo así un ciclo catequético que ayuda a conocer a fondo las Sagradas Escrituras. El salmo responsorial, tomado del libro bíblico de los Salmos, reaviva en nosotros sentimientos del salmista y ofrece un versículo que repite toda la asamblea y que, generalmente, ofrece la interpretación cristiana del salmo. Desde la venida de Jesucristo, leemos el Antiguo Testamento a la luz de Cristo, como una profecía ya cumplida. Con el Salmo Responsorial se cierra lo que nos refiere San Lucas en su evangelio: Después les dijo: “Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos’.” Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras (Lucas 24, 44-45). El Nuevo Testamento que vamos a leer a continuación nos va a mostrar el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo. Jesucristo, en la liturgia, vuelve a abrir nuestras inteligencias para que comprendamos desde el amor las Sagradas Escrituras. La actitud del cristiano debe ser la de poner atención a las lecturas para captar y penetrar las luces y gracias que el Espíritu Santo le quiere ofrecer en la escucha atenta de la palabra de Dios. Por eso, hay que dar lugar en nuestras vidas a la meditación de las lecturas de la liturgia, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen que “conservaba todas las cosas en su corazón” (Cf Lucas 2, 19; 2, 51).
Con la lectura del Nuevo Testamento entramos en contacto con la doctrina de los Apóstoles que construyeron los cimientos de la Iglesia, siempre fieles a lo que habían visto y escuchado del Señor. Por tanto, son el vehículo más autorizado para entrar en contacto con la vida y las enseñanzas del Maestro. Por eso, en el tiempo Pascual, los cincuenta días después de la Solemnidad de la Resurrección, la primera lectura se toma del Apocalipsis o de los Hechos de los Apóstoles en lugar del Antiguo Testamento; así se acentúa la importancia determinante que tuvo en la vida de la Iglesia lo que los apóstoles hacían y enseñaban después de la Resurrección de Jesucristo. Las lecturas de las cartas de los apóstoles nos enseñan cómo su doctrina sigue guiando a la Iglesia a través de los tiempos y continúa siendo punto de referencia obligado para todo el que quiera ser un buen seguidor de Jesucristo. Los apóstoles son los pilares de la Iglesia y, por ello, decimos que la Iglesia es apostólica (Cf Efesios 2, 20; Apocalipsis 21, 14). El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica en el número 857:
La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2,20), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles.
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia": “Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio” (Misal Romano).

El segundo sentido de la apostolicidad que anuncia este número del Catecismo tiene un cumplimiento especial en la lectura de las epístolas apostólicas durante la liturgia eucarística: la liturgia guarda y transmite la enseñanza de los apóstoles.
El “Aleluya” es la aclamación de la ciudad futura, Jerusalén (Cf Tobías 13, 16-17), con la que se saluda a Cristo como vencedor de la antigua Babel (Cf Apocalipsis 19, 1-9). El “aleluya” resuena en el rito cristiano mientras el Evangeliario (libro de los santos Evangelios) es llevado al ambón acompañado de los cirios y el incienso. En ese momento, la asamblea se levanta y saluda al Señor que se dirige a nosotros, a cada uno en particular y a toda la Iglesia, con las palabras del Evangelio. El aleluya suele ser cantado, no desde el ambón, como el Salmo, y es repetido por toda la asamblea. Después se canta el versículo señalado por el leccionario y luego se repite el “aleluya”. Después de la lectura del Evangelio se puede repetir el “aleluya” cantado por toda la asamblea. Durante la Cuaresma, la Iglesia, peregrina en el desierto en preparación para la Pascua del Señor, renuncia al “aleluya”, canto de la tierra prometida, y entona antes del Evangelio otra alabanza a Cristo adecuada al momento. El día de Pascua, la Iglesia saluda de nuevo con el “aleluya” la resurrección del Señor.

La proclamación del Evangelio. Este momento es uno de los ejes centrales de la Misa, el culmen de la liturgia de la palabra y, por ello, se reviste con una solemnidad especial. El lector del Evangelio, un diácono o un presbítero, se preparan de distinta forma para leer el Evangelio: el presbítero con una oración en secreto que dice mientras hace una reverencia al altar: “purifica, Señor, mis labios y mi corazón, para que anuncie dignamente el Evangelio”; el diácono, sin embargo, recibe la bendición del celebrante principal y se dirige en procesión hasta el ambón. Desde allí proclama el Evangelio, que es siempre un texto (en griego, “perícopa”) tomado de uno de los cuatro evangelios. Comienza con el saludo a la asamblea: “el Señor esté con ustedes” que hace patente la presencia de Cristo en la palabra del Evangelio. Todo el pueblo se pone de pie mirando hacia el ambón. Después, el lector del Evangelio hace la señal de la cruz sobre el Evangelio, la mente, la boca y el corazón. La asamblea se signa con la cruz triple. Al final de la lectura, después de la aclamación a Cristo de todo el pueblo presente (“Gloria a ti, Señor Jesús”), besa el libro en señal de reverencia, igual que se besa el altar al inicio y al final de la Misa.

La homilía. La homilía busca explicar y actualizar los textos sagrados durante la liturgia, pero el hecho de que sea explicación o actualización no quita que lleve una fuerte carga de motivación y de persuasión buscando guiar a los fieles en el mejor seguimiento de Cristo. La deben decir sólo los obispos, los sacerdotes o los diáconos, que son ministros ordenados y, por tanto, representan oficialmente a Cristo presente entre nosotros. Ellos presiden la Liturgia de la Palabra en la Misa. Es obligatoria en todas las misas de domingo y de días festivos y en todas las celebraciones del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y las Sagradas Órdenes. Se recomienda en los días feriales del tiempo de Adviento, de Cuaresma y de Pascua. Debe ayudar a profundizar la liturgia y, por ello, no puede ser superficial ni quedarse en aspectos puramente sociológicos o políticos. No hay que olvidar que la homilía está incluida en un acto litúrgico, de culto, de oración, y por tanto, no hay que perder ese ambiente espiritual de diálogo con Dios sobre lo que el sacerdote nos está diciendo.

La profesión de fe. Los domingos o los días de las grandes solemnidades, toda la asamblea reunida para celebrar la Eucaristía recita o canta el Credo como profesión de fe después de la homilía. Decir el Credo es renovar el Bautismo, gracias al cual podemos presentarnos ante el altar para participar en el sacrificio eucarístico. El rezo del Credo representa la comunión de fe que existe entre todos los miembros de la Iglesia, todos participan en la Eucaristía porque creen en la misma revelación de Jesucristo. Esta comunión de fe es, al mismo tiempo, comunión con todos los miembros del mismo cuerpo.
La oración de los fieles u oración universal cierra la Liturgia de la Palabra. Siguiendo las enseñanzas de san Pablo: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (I Timoteo 2, 1-4). La asamblea reunida ora por toda la humanidad, por todos los que gobiernan y tienen autoridad, por la paz en el mundo y por las necesidades de la Iglesia. Es un momento importante de la liturgia en que todos los presentes se hacen solidarios con los hombres que padecen necesidad. La oración de los fieles es introducida y concluida por el sacerdote, mientras que las peticiones pueden ser leídas por los miembros de la asamblea. El orden normal de las peticiones suele ser el siguiente: primero se pide por las intenciones de la Iglesia, luego por los gobernan-tes y por la salvación del mundo, después por las personas que tienen especiales necesidades y, finalmente, por la comunidad local reunida en asamblea. En algunas ocasiones especiales, como en los matrimonios, las primeras comuniones, las confirmaciones o las ordenaciones sacerdotales, es aconsejable que los que reciben los sacramentos preparen las peticiones incluyendo en ellas las intenciones que lleven en su corazón sin dejar de lado las intenciones universales. Siempre son oraciones, no interpelaciones morales o momentos de diálogo. La asamblea eucarística siempre acoge las peticiones como un acto de culto pronunciando alguna invocación como: “escúchanos, Señor”, “te rogamos, óyenos”, “Señor, ten piedad de nosotros”, etc.

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GESTOS Y SIMBOLOS DE LA CELEBRACION EUCARISTICA

LOS COLORES
¿Por qué y para qué los diversos colores en la celebración litúrgica?
El color como uno de los elementos visuales más sencillo y eficaces, quiere ayudarnos a celebrar mejor nuestra fe. Su lenguaje simbólico nos ayuda a penetrar mejor en los misterios celebrados:
"La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico." (Misal romano - IGMR 307)

Los colores actuales de nuestra celebración:

Actualmente el Misal (IGMR) ofrece este abanico de colores en su distribución del Año Litúrgico:
a) Blanco:
Es el color privilegiado de la fiesta cristiana y el color más adecuado para celebrar:
-La Navidad y la Epifanía
-La Pascua en toda su cincuentena
-Las Fiestas de Cristo y de la Virgen, a no ser que por su cercanía al misterio de la Cruz se indique el uso del rojo. -Fiestas de ángeles y santos que no sean mártires.
-Ritual de la Unción
-Unción y el Viático
b) Rojo:
Es el color elegido para:
-La celebración del Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo, porque remite simbólicamente a la muerte martirial de Cristo.
-En la Fiesta de Pentecostés, porque el Espíritu es fuego y vida.
-Otras celebraciones de la Pasión de Cristo, como la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
-Las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y Mártires, por su cercanía ejemplar y testimonial a la Pascua de Cristo.
-La Confirmación (Ritual Nº 20) se puede celebrar con vestiduras rojas o blancas apuntando al misterio del espíritu o a la fiesta de una iniciación cristiana a la Nueva Vida.
c) Verde:
El verde como color de paz, serenidad, esperanza se utiliza para celebrar el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. El Tiempo ordinario son esas 34 semanas en las que no se celebra un misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia de la salvación y sobre todo el misterio semanal del Domingo como Día del Señor.
d) Morado:
Este color que remite a la discreción, penitencia y a veces, dolor, es con el que se distingue la celebración del
-Adviento y la Cuaresma
-las celebraciones penitenciales y las exequias cristianas.
e) Negro:
Que había sido durante los siglos de la Edad Media el color del Adviento y la Cuaresma, ha quedado ahora mucho más discretamente relegado: queda sólo como facultativo en las exequias y demás celebraciones de difuntos.
f) Rosa:
El color rosa, que no había cuajado en la historia para la liturgia, queda también como posible para dos domingos que marcan el centro del Adviento y la Cuaresma: el domingo "Gaudete" (3º de Adviento) y el domingo "Laetare" (4º de Cuaresma).
g) Azul:
Con sus resonancias de cielo y lejanía es desde el siglo pasado un color privilegiado para celebrar en España la solemnidad de la Inmaculada, aunque en el misal romano no aparezca.

EL FUEGO
En nuestras celebraciones:
- Aparece en forma de lámparas y cirios encendidos durante la celebración o delante del sagrario.
Aparte del simbolismo de la luz entra aquí también esa misteriosa realidad que se llama fuego: la llama que se va consumiendo lentamente mientras alumbra, embellece, calienta, dando sentido familiar a la celebración.
- Vigilia de Pascua: Es la celebración que queda enriquecida de modo más explícito con el simbolismo del fuego. La hoguera que arde fuera de la Iglesia y de la que se va a encender el Cirio Pascual remite intensamente al triunfo de la luz sobre la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte. De allí partirá la procesión con su festivo grito: "Luz de Cristo", y la luz se irá comunicando progresivamente a cada uno de los participantes.
El simbolismo de la luz está realmente muy aprovechado en el lenguaje festivo de la Noche Pascual. Pero en su raíz está el fuego que tiene sus direcciones propias y riquísimas.
Su simbolismo natural
El lenguaje del fuego tiene en nuestra sensibilidad humana y social, una interesante serie de sentidos.
El fuego calienta, consume, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía. Es origen de innumerables beneficios para la humanidad, pero también destruye, castiga, asusta y mata. Es un elemento bienhechor pero a la vez peligroso. Un rayo o un incendio pueden generar calamidades enormes. Sin el fuego no podemos vivir, pero puede causarnos también la muerte. No es nada extraño que en torno a este misterioso elemento natural se haya creado todo un simbolismo:
-Para expresar la presencia misma de la divinidad, invisible pero fuerte, incontrolable, purificadora, castigadora,
-o para designar los sentimientos humanos, como la pasión, que está escondida pero que puede alcanzar una fuerza inaudita, para bien o para mal: el amor , el odio, el entusiasmo...etc.
-El fuego es también la imagen del calor familiar, el crepitar de la llama en el hogar ilumina la vida, ahuyenta el frío, da alegría y sensación de bienestar.
En la Revelación:
Para saber toda la densidad de significado que el fuego puede llegar a tener y lo que puede expresar también en nuestras celebraciones, no hay mejor medio que repasar, que de lo que él dicen el Antiguo y Nuevo Testamento.
Ante todo, el fuego sirve para expresar de algún modo lo que es imposible de expresar: la presencia misteriosa de Dios mismo en la historia humana. Recordemos el misterioso episodio de la zarza que arde sin consumirse (Ex 3). Moisés se acerca a un lugar que en seguida reconoce como sagrado, y oye la voz "Yo soy el Dios de Abraham...".
También es con el fuego con el que se simboliza el juicio de Dios, como el fuego que penetra a todo ser existente, lo pone en evidencia, lo purifica o lo castiga. (Véase: Dan. 7,10 ; Gen 19 ; Is 66,16)

EL INCIENSO
¿Qué quiere simbolizar el incienso?
Lo que el incienso quiere significar en nuestra liturgia nos lo han ido explicando los varios documentos con sus explicaciones.
El incienso crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo que se inciensa, a la vez que crea un aire entre misterioso y sagrado por la sutil impalpabilidad de su perfume y de su humo.
Expresa elegantemente el respeto y la reverencia hacia una persona o hacia algún símbolo de Cristo.
Pero más en profundidad indica la actitud de oración y elevación de la mente hacia Dios. Ya el Salmo 140 nos hace decir: "suba mi oración como incienso en tu presencia".
El incienso es símbolo, sobre todo, de la actitud de ofrenda y sacrificio de los creyentes hacia Dios. El incienso une de algún modo a las personas con el altar, con sus dones y sobre todo con Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio.
¿A quiénes se inciensa?
-El Misal Romano sugiere con libertad el uso del incienso en estos momentos de la Misa:
Durante la procesión de entrada
Al comienzo de la Misa para incensar el altar
En la procesión y proclamación del evangelio
En el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, el presidente y el pueblo cristiano
En la ostensión del Pan consagrado y del Cáliz después de la consagración (IGMR 235)
a)Llevar incienso en la procesión de entrada e incensar el altar que va a ser el centro de la celebración eucarística, puede indicar el respeto al lugar, a las personas y al altar, o simplemente significar el tono festivo y sagrado de la acción que empieza. Pero el Misal no da demasiado relieve a este primer gesto: siempre se ha considerado más importante la incensación del altar en el ofertorio.
b)La incensación del evangelio fue entrando a partir del siglo XI como signo de honor y respeto hacia Aquél cuyas palabras vamos a escuchar. El Misal (IGMR 33 y 35) explica por qué en el momento del evangelio se acumulan los signos de especial veneración: el lector ordenado, la postura de pie, el beso y otras muestras de honor entre las que hay que recordar el incienso.
c)El uso del incienso en el ofertorio tiene especial interés. El altar y las ofrendas de pan y vino sobre él se inciensan "para significar de este modo que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso" (IGMR 51).
En este momento "también el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados". Junto con el pan y el vino ofrecidos sobre el altar, y que son incensados, también el presidente se ofrece a sí mismo, y con él toda la comunidad y así se convierten ellos mismos en ofrenda y sacrificio, unidos e incorporados al sacrificio de Cristo. Son las personas, principalmente, las que vienen a ser simbolizadas como ofrenda y homenaje a Dios, con el gesto del incienso. Si nada más fuera un gesto de honor, se quedaría la asamblea sentada mientras la inciensan. En cambio, se pone de pie para indicar su actitud positiva, comprometida, de unión espiritual con las ofrendas eucarísticas.
d)En la consagración el acto de la incensación manifiesta al Señor mismo. Todas las incensaciones se dirigen a los signos sacramentales de la presencia del Señor: el altar, la cruz, el libro del evangelio, el presidente, la asamblea. Ahora se inciensa el pan y el vino consagrados, el signo central y eficaz de la auto-donación de Cristo.

LA IMPOSICIÓN DE MANOS
En el Nuevo Testamento la acción e imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios.
Así , Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.

La despedida de Jesús en su Ascensión , se expresa también con el mismo gesto: "alzando las manos los bendijo" (Lc 24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación. Jairo pide a Jesús: "Mi hija está a punto de morir; ven impón tus manos sobre ella para que se cure y viva" (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona, significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron las manos" (Act 6,6).
Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: "santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu".
La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas.
La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales que Dios quiere santificar.

EL SALUDO DE LA PAZ
El Misal describe así el gesto de la paz: Los fieles "imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan" (IGMR 56b).
a)Se trata de la paz de Cristo: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.
b)Un gesto de fraternidad cristiana y eucarística: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.

EL SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS
Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.

LA SEÑAL DE LA CRUZ
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia, en nuestras casas, pero la Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran lección del cristianismo.
La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: Nos presenta a un Dios trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es juez y Señor, pero a la vez siervo, que ha querido llegar a la entrega total de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua - muerte y resurrección- ha dado al mundo la reconciliación.
Los cristianos con frecuencia hacemos con la mano la señal de la Cruz, o nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.
Es un gesto sencillo pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra personas este signo es como si dijéramos: "estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana...".
Los cristianos debemos reconocer a la Cruz todo su contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz y nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en la dirección buena.

EL AGUA
El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo. Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo para los egipcios, del Jordán para los judíos).
Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed (coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).
En nuestra liturgia es lógico que también se utilice este simbolismo. A veces se usa el agua sencillamente con una finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido "práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.

Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico: lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio. Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y vitalizador del Bautismo..
En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto. Todo queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, etc.

LAS CAMPANAS
Es muy antiguo el uso de objetos metálicos para señalar con su sonido la fiesta o la convocatoria de la comunidad. Desde el sencillo "gong" hasta la técnica evolucionada de los fundidores de campanas o los campanarios eléctricos actuales, las campanas y las campanillas se han utilizado expresivamente en la vida social y en el culto. Son instrumentos de metal, en forma de copa invertida, con un badajo libre.
Cuando los cristianos pudieron construir iglesias, a partir del siglo IV, pronto se habla de torres y campanarios adosados a las iglesias, con campanas que se convertirán rápidamente en un elemento muy expresivo para señalar las fiestas y los ritmos de la celebración cristiana. También dentro de la celebración se utilizaron las campanillas, a partir del siglo XIII, ahora bastante menos necesarias (IGMR 109 deja libre su uso) porque ya la celebración la seguimos más fácilmente, a no ser que se quieran hacer servir, no tanto para avisar de un momento -por ejemplo, la consagración sino para darle simbólicamente realce festivo, como en el Gloria de la Vigilia Pascual.
Los nombres latinos de "signum" o "tintinnabulum" se convierten más tarde, hacia el siglo VI, en el de "vasa campana", seguramente porque las primeras fundiciones derivan de la región italiana de Campania. Las campanas del campanario convocan a la comunidad cristiana, señalan las horas de la celebración (la Misa mayor), de oración (el Angelus o la oración comunitaria de un monasterio), diversos momentos de dolor (la agonía o la defunción) o de alegría (la entrada del nuevo obispo o párroco) y sobre todo con su repique gozoso anuncian las fiestas. Y así se convierten en un "signo hecho sonido" de la identidad de la comunidad cristiana, evangelizador de la Buena Noticia de Cristo en medio de una sociedad que puede estar destruida. Como también el mismo campanario, con su silueta estilizada, se convierte en símbolo de la dirección trascendente que debería tener nuestra vida. El Bendicional (nn. 1142-1162) ofrece textos muy expresivos para la bendición de las campanas, motivando bien su sentido y convirtiendo el rito en una buena ocasión para entender mejor la identidad de una comunidad cristiana y sus ritmos de vida y oración.

EL CANTO
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Tanto en la vida social como en la cúltico-religiosa, el canto no sólo expresa sino que en algún modo realiza los sentimientos interiores de alabanza, adoración, alegría, dolor, súplica. "No ha de ser considerado el canto como un cierto ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios" (IGLH 270).
El canto hace comunidad, al expresar más validamente el carácter comunitario de la celebración, igual que sucede en la vida familiar y social como en la litúrgica.
El canto hace fiesta, crea clima más solemne y digno en la oración: "nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que toda entera, exprese su fe y su piedad por el canto" (MS 16).
El canto es una señal de euforia. El canto tiene en la liturgia una función "ministerial": no es como en un concierto, que se canta por el canto en sí y su placer estético y artístico. Aquí el canto ayuda a que la comunidad entre más en sintonía con el misterio que celebra. A la vez que crea un clima de unión comunitaria y festiva, ayuda pedagógicamente a expresar nuestra participación en lo más profundo de la celebración. Así el canto se convierte de verdad en "sacramento", tanto de lo que nosotros sentimos y queremos decir a Dios, como de la gracia salvadora que nos viene de él.

LA CENIZA
La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

EL CIRIO PASCUAL
Del latín "cereus", de cera, el producto de las abejas. Ya hablamos en la voz "candelas candelabros" sobre el uso humano y el sentido simbólico de la luz que producen los cirios, y también del uso que en la liturgia cristiana hacemos de ese simbolismo. El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de la luz de Cristo, y los cirios que se reparten entre la comunidad, para significar nuestra participación en esa misma luz. El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de Cruz, acompañada de la fecha y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del agabeto griego, para indicar que la Pascua de Cristo, principio y fin de el tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto en que vivimos. En la procesión de entrada se canta por tres veces la aclamación al Cirio: "Luz de Cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes. Luego se coloca en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se entona en torno de él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del símbolo de la luz, se le da también el de la ofrenda:cera que se gasta en honor de Dios, esparciendo su luz: "Acepta, padre santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche..."
Lo que van anunciando las lecturas, oraciones y cantos, el Cirio lo dice con el lenguaje humilde pero diáfano de su llama viva. La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con él en la noche victoriosa de su Pascua.
El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta terminar el domingo de Pentecostés. Luego, durante el año, se encenderá en la celebración de los bautizos y de las exequias, el comienzo y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.

LA COLECTA
La palabra "colecta" viene del latín "collecta, colligere", "recogida, recoger". Se aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía dominical o para las asambleas "estacionales" en Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor 16, 1-2).
Pero su uso más técnico es el referido a la "oración colecta" al principio de la Misa. Este nombre pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de cada uno de los presentes. También se aplica este nombre a las "oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH 112). La expresión "colligere ortationem", usual en los primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger en una oración las intenciones de los que habían rezado el salmo". De ahí las "colectas sálmicas".
El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR 32). Es la primera oración importante del presidente, que de pie, con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su súplica a Dios. Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de Cristo.
El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del Misal o del Breviario, se llamó "Colectario".

EL MOMENTO DE LA COMUNIÓN
De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
a.con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
b.una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
c.mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran,
d.la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
e.la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
f.con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de Cristo, Amén")
g.con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo,
h.recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978),
i. a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y
j.con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.

Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte.
Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973). Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez".

COMER EL PAN:
Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman". Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come... tiene vida eterna".
El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida". El es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech 10,40).
Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. el pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17). "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hech 11,3 y Gál 2,12).

PARTIR EL PAN
El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios.
Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan.
Cristo también lo hizo en su última cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado.. "Le reconocieron al partir el pan". Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación.
Primer significado de este gesto: el Cuerpo "entregado roto" de Cristo
La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica".
Segundo significado: Signo de la unidad fraterna
El Misal Romano explica:
"por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48)
"el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).

LOS GOLPES DE PECHO
Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos más populares al menos en cuanto a expresividad.
Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El fariseo oraba de pie: "no soy como los demás"... "En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador".
Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra Eucaristía elegimos la fórmula "Yo confieso", utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" nos golpeamos el pecho con la mano.
Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: "y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho..." (Lc 23,48)

ARRODILLARSE
Estar de rodillas es una actitud de humildad. Expresa arrepentimiento y penitencia. Nos recuerda a Pedro cayendo de rodillas y exclamando: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (Lucas 5,8). Pero el cristiano se arrodilla ante Dios precisamente porque el es Dios, el único Señor del universo. Es un signo de Adoración que da a la oración un acento muy particular. (Haga la prueba de arrodillarse, inclinar la cabeza y juntar las manos en actitud de súplica...)
Este sentido de adoración tiene hacer la genuflexión cuando entramos en la iglesia o delante del sagrario (allí donde hay una lamparita encendida para señalar que está Jesús presente en la Eucaristía).
San Pablo se refiere a esta actitud en Efesios 3,14: "Doblo mis rodillas delante del Padre de quien procede toda paternidad" y el mismo Jesús "puesto de rodillas" oró durante su agonía en Getsemaní (Mt. 26,39).

PONERSE DE PIE
Es la postura más usada en la Misa. Al orar de pie los cristianos "significamos" nuestra dignidad de hijos de Dios. Como tenemos en nosotros el Espíritu que nos hace exclamar "Abba", "nos atrevemos" a llamar a Dios "Padre" y estar de pie delante de él. Es una actitud de cariñosa confianza hacia Dios a quien vemos, sobre todo, como Padre.
Es una actitud que indica "prontitud", estar disponible, preparado para la acción. Por tanto indica decisión y voluntad para seguir al Señor. Desde el comienzo fue la actitud general de los cristianos: orar de pie, con los brazos extendidos (o levantados) y mirando hacia el oriente (a la salida del sol).
Es también señal de alegría. Durante el primer milenio, los cristianos tuvieron prohibido arrodillarse en la liturgia de los domingos, pues -como sabemos- el día del Señor conmemora la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Así como la muerte es "estar postrado", la resurrección es un levantarse, un "volver a estar de pie". Por eso esta postura manifiesta también nuestra fe en Jesús resucitado.

EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA CONSAGRACIÓN
Lo hace como gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados.

LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO
Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz.." (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.
San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente:
"en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13)

COMO ORAR (tema de reflexion)

DEL LIBRO LA FILICALIA:
COMO ENSEÑAN A ORAR LOS MONJES DE LA ANTIGUEDAD

EVAGRIO PONTICO
Ruega obtener el don de lágrimas, que ablandarán, por la compunción, la dureza de tu alma, y confesando tu iniquidad al SEÑOR, pídele perdón.
¿Te ven los demonios llenos de ardor por la verdadera plegaria? Ellos te sugerirán entonces pensamientos sobre objetos que se te representarán como necesarios, después excitarán los recuerdos que se relacionan con ellos haciendo que la inteligencia los busque, pero la inteligencia no los hallará, se entristecerá vivamente y se lamentará.
Llevarán a la memoria los objetos de esas búsquedas, a fin de que debilitada por esas asociaciones, la oración fructífera no sea alcanzada.
Esfuérzate en mantener tu intelecto durante la plegaria sordo y mudo, así podrás orar.
No ruegues para que tu voluntad sea cumplida, pues ella no concuerda necesariamente con la voluntad de DIOS.
En todas la cosas, pide que se haga Su Voluntad, pues EL quiere el bien y el adelanto del alma, mientras que tu no buscas necesariamente eso.
Ruega ser purificado en las pasiones, liberado de la ignorancia, de tentaciones y desviaciones.
Mientras oras, debes velar sobre tu memoria para que en lugar de sugerirte recuerdos, te lleve a la conciencia de tu ejercicio, pues la inteligencia tiene una peligrosa tendencia a dejarse trastornar por la memoria en el momento de la oración.
Aquel que ora en espíritu y en verdad, no es de las criaturas de donde toma las alabanzas que ofrenda al Creador, sino que, desde DIOS mismo, él alaba a DIOS.
Puede ocurrir cuando oras, que se presente una forma, desconocida y extraña, para llevarte a la presunción de localizar en ella a DIOS y hacerte tomar por Divinidad el objeto repentinamente aparecido ante tus ojos.
Ahora bien, la Divinidad no tiene forma ni cantidad.
El demonio celoso hace violencia para despertar en la inteligencia algún fantasma desconocido que le proporciona una forma. La inteligencia se deja engañar y toma el humo por luz. Mantente en guardia durante la Oración, entonces, aquel que se compadeció de los ignorantes, descenderá también sobre ti y recibirás un don de oración muy glorioso.
Tu aspiras a ver el rostro del Padre que está en el cielo, no trates, por nada del mundo, de percibir una forma o una figura durante la oración.
Cuando hayas logrado en tu oración estar por encima de toda otra alegría, habrás alcanzado verdaderamente la oración.

3.-DIALICO DE FOTICE
DIOS no hizo nada malvado. Es importante entonces despreciar el hábito del mal ya que la naturaleza del bien es mucho más fuerte que le habito del mal. Puesto que una “ES” mientras que el otro solo tiene existencia en el acto.
Si el intelecto se encuentra en un recuerdo atento del SEÑOR, disipa esta brisa de falsa dulzura del enemigo, y alegre, emprende el combate contra el.
Cuando el alma es turbada por la cólera, el intelecto es incapaz aunque se lo violente, de dominar el recuerdo de JESUS. Enceguecido totalmente por la violencia de las pasiones, se convierte en un extraño a sus propios ojos.
Sin embargo, cuando el objeto de su deseo le ha sido arrebatado al alma por el olvido, muy pronto, el intelecto retorna a la búsqueda de ese objeto deseado, entonces llega al alma la gracia que la impele a clamar “SEÑOR JESUS”.
“El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza cuando nosotros no sabemos que pedir para orar según conviene, porque es el mismo Espíritu quien intercede por nosotros con gemidos inefables” (Romanos cap. 8, v.26.)
Cuando los demonios encienden el orgullo, debemos humillar la exaltación de la vanagloria, considerando la futura disolución de nuestro cuerpo, ese solo pensamiento unido al recuerdo de DIOS, basta para anular los malos espíritus.
Cuando el hombre comienza a progresar en la práctica de invocar incasablemente a JESUS, la gracia gana el corazón, y en adelante, los ataques de los demonios no llegarán sino a distancia, casi sin herir. Aquel que a veces se acuerda de DIOS y a veces no, pierde por la interrupción aquello que creyó obtener por la oración.
Aquel que quiere purificar su corazón, no cese de abrasarlo con el recuerdo de JESUS.

4.-MARCO EL ERMITAÑO
Al tiempo que recuerdas a DIOS, multiplica tu oración. Para que en el día que te suceda olvidar al SEÑOR, El te haga recordarlo.
No rechacéis las pruebas considerándolas inmerecidas, soportadlas como justas. Las faltas pasadas rememoradas en detalle, perjudican al hombre, si se presentan acompañadas de tristeza, lo alejan de la esperanza, si aparecen sin tristeza, graban en el nuevamente la mancha pasada.
Lo correcto, es practicar el mandamiento mas general sin inquietarnos por nada en particular, de esa forma pediremos únicamente el Reino de DIOS. Pues, preocupándonos por cada una de nuestras necesidades estaremos obligados a orar por cada una.
No admitas las cosas que el enemigo te presenta, a fin de no perder lo más precioso.
Es mejor acribillarlo con flechas, que sostener una conversación, con quien procura regalos, con la intención de arrancarnos de la oración dirigida contra el.

5.-BARSANUFIO Y JUAN DE GAZA
En la oración solo has de decir: ¡Sálvame del malvado! ¡Que tu voluntad se cumpla en mí! Ora perfectamente aquel que esta muerto para el mundo y sus placeres.
Pregunta:
Cuando mi razón parece estar en reposo y libre de toda inquietud: ¿es bueno dedicarme a la invocación del nombre de CRISTO? Mi razón me sugiere que eso no es necesario.
Respuesta:
El SEÑOR dijo: No hay paz para los pecadores. ¿Que es entonces esa paz que creemos experimentar? Temamos pues, porque esta escrito:
Andarán diciendo “paz y seguridad” y entonces de improviso, le sorprenderá la perdición, como los dolores de parto a la mujer encinta, y no podrán escapar. (1ª Tes. 5, 3).
Nuestros enemigos mediante engaños aportan a nuestro corazón una efímera tranquilidad para impedirle invocar el nombre de DIOS. Saben bien que esta invocación los paraliza.
Estamos advertidos. Llamemos sin tregua el nombre de Dios en nuestra ayuda.

6.-JUAN CLIMACO
Al acostarnos es cuando ha llegado el momento de velar, porque el espíritu combate a solas y sin el cuerpo contra los demonios. Ya que el cuerpo se encuentra en una disposición propicia a la sensualidad y estará propenso a traicionar.
Que siempre se acueste con vosotros el pensamiento de la muerte.
El que vela es un pescador de pensamientos que sabe distinguir sin esfuerzos a los pensamientos en la quietud de la noche, y atraparlos. Demasiado sueño conduce al olvido, pero la vigilia purifica la memoria.
Una sola palabra basto al publicano como al hijo prodigo, para obtener el perdón de DIOS.
No lancéis a largos discursos, para no disipar vuestro espíritu en la búsqueda de palabras.
La prolijidad de la oración llena al alma de imágenes y lo disipa, sentíos consolados por una palabra en la oración y allí deteneos, pues vuestro ángel guardián ora entonces con vosotros.

Las sentencias de los Padres del desierto Pelagio y Juan
De la impureza
1. El abad Antonio decía: «Pienso que en el cuerpo existen movimientos carnales naturales. No operan si no se consiente en ellos, y se manifiestan en el cuerpo tan sólo como un movimiento sin pasión. Hay otros movimientos en el cuerpo que se fomentan y alimentan con la comida y la bebida y con ellas se excita el calor de la sangre para actuar. Y por eso dice el Apóstol: "No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje" (Ef 5, 18). Y también el Señor en el Evangelio dice a sus discípulos: "Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje y la embriaguez"». (Lc 21, 34).
«Finalmente se da otra especie de movimientos carnales entre los que luchan en la vida monástica: provienen de las insidias y de la envidia del demonio».
«Conviene pues saber que existen tres clases de movimientos carnales. Unos, de la naturaleza; otros, de la abundancia en el comer; los terceros, del demonio».
2. El abad Geroncio de Petra dijo: «Muchos de los que son tentados de deleites corporales, aunque no pequen corporalmente, pecan de pensamiento. Y aunque conserven la virginidad corporal, fornican en su alma. Por eso, carísimos, bueno es hacer lo que está escrito: "Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón"». (Prov 5).
3. El abad Casiano dijo: «El abad Moisés nos ha enseñado esto: "Es bueno no ocultar los pensamientos, sino descubrirlos a los Padres espirituales que tienen discernimiento de espíritu, pero no a los que sólo son ancianos por la edad. Porque muchos monjes, que fiándose solamente de la edad manifestaron sus pensamientos a quienes no tenían experiencia, en vez de consuelo encontraron desesperación"».
4. Había un hermano muy celoso de su perfección. Turbado por el demonio impuro, acudió a un anciano y le descubrió sus pensamientos. Éste, después de oírle, se indignó y le dijo que era un miserable, indigno de llevar el hábito monástico el que tenía tales pensamientos. Al oír estas palabras, el hermano, desesperado, abandonó su celda y se volvió al mundo. Pero por disposición divina se encontró con el abad Apolo. Éste, al verle turbado y muy triste, le preguntó: «Hijo mío, ¿cuál es la causa de una tristeza tan grande?». El otro, avergonzado, al principio no le contestó nada. Pero ante la insistencia del anciano, por saber de qué se trataba, acabó por confesar: «Me atormentan pensamientos impuros; he hablado con tal monje y, según él, no me queda ninguna esperanza de salvación. Desesperado, me vuelvo al mundo». Al oír esto el padre Apolo, como médico sabio, le exhortaba y le rogaba con mucha fuerza: «No te extrañes, hijo mío, ni te desesperes. Yo también, a pesar de mi edad y de mi modo de vivir soy muy molestado por esa clase de pensamientos. No te desanimes por estas dificultades, que se curan, no tanto por nuestro esfuerzo como por la misericordia de Dios. Por hoy, concédeme lo que te pido y vuelve a tu celda». El hermano así lo hizo. El abad Apolo se encaminó a la celda del anciano que le había hecho caer en desesperación. Y quedándose fuera, suplicó a Dios con muchas lágrimas: «Señor, tú que suscitas las tentaciones para nuestro provecho, traslada la lucha que padece aquel hermano a este viejo, para que aprenda por experiencia, en su vejez, lo que no le enseñaron sus muchos años, y se compadezca de los que sufren esta clase de tentaciones». Terminada su oración, vio un etíope de pie junto a la celda, que lanzaba flechas contra el viejo.
Éste, al ser atravesado por ellas, se puso a andar de un lado a otro como si estuviese borracho. Y como no pudiese resistir, salió de su celda y por el mismo camino que el joven monje se volvía al mundo. El abad Apolo, sabiendo lo que pasaba, salió a su encuentro y le abordó diciendo: «¿Dónde vas, y cuál es la causa de tu turbación?». El otro sintió que el santo varón había comprendido lo que le pasaba y por vergüenza no decía nada. El abad Apolo le dijo: «Vuelve a tu celda y de ahora en adelante reconoce tu debilidad. Y piensa en el fondo de tu corazón, o que el diablo te ha ignorado hasta ahora, o que te ha despreciado porque no has merecido luchar contra él, como los varones virtuosos. ¿Qué digo combates? Ni un sólo día has podido resistir sus ataques. Esto te sucede porque cuando recibiste a ese joven atormentado por el enemigo común, en vez de reconfortarle en su diabólico combate con palabras de consuelo, lo sumiste en la desesperación, olvidando el sapientísimo precepto que nos manda: "Libra a los que son llevados a la muerte y retén a los que son conducidos al suplicio".
(Prov. 14, 11). Y también has olvidado la palabra de nuestro Salvador: "La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante" (Mat 12, 20). Nadie podría soportar las insidias del enemigo, ni apagar o resistir los ardores de la naturaleza, sin la gracia de Dios que protege la debilidad humana. Pidámosle constantemente para que por su saludable providencia aleje de ti el azote que te ha enviado, pues es quien nos envía el sufrimiento y nos devuelve la salud. Golpea y su mano cura, humilla y levanta; mortifica y vivifica; hace bajar a los infiernos y los vuelve a sacar». (Cf. I Rc 2). Dicho esto, el anciano se puso en oración y el viejo se vio enseguida libre de sus tentaciones. Luego el abad Apolo le aconsejó que pidiese a Dios una lengua sabia, para que supiera hablar cada palabra a su tiempo.
5. Uno preguntó al abad Siro de Alejandría sobre los pensamientos impuros. Y él le respondió: «Si no tuvieses estos pensamientos no habría esperanza para ti, pues si no tienes pensamientos es porque cometes actos impuros. Me explico: "Si uno no lucha de pensamiento contra el pecado y no se opone a ellos con todas sus fuerzas, peca con su cuerpo. El que peca con su cuerpo no sufre molestias de sus pensamientos"».
6. Un anciano preguntó a un hermano: ¿No tienes costumbre de hablar con mujeres?». Y dijo el hermano: «No. Pero los pintores antiguos y modernos son los que provocan mis pensamientos así como algunos recuerdos me turban con imágenes de mujeres». El anciano le dijo: «No temas a los muertos, pero huye de los vivos, es decir, del consentimiento y de los actos pecaminosos. Y sobre todo, ora más».
7. El abad Matoés contaba que un hermano le dijo que era peor la maledicencia que la impureza. Yo le respondí: «Muy fuerte es tu afirmación». Y el hermano me dijo: «¿Por qué?». Y le dije: «La maledicencia es un mal, pero se cura rápidamente pues el que la comete hace penitencia diciendo: "He hablado mal", y se acabó. Pero la impureza lleva naturalmente a la muerte».
8. Decía el abad Pastor: «Como el guardaespaldas está junto al príncipe, preparado para cualquier eventualidad, así también conviene que el alma esté siempre preparada contra el demonio de la impureza».
9. Un hermano vino un día al abad Pastor y le dijo: «Padre, ¿qué debo hacer? Tengo tentaciones de impureza. He acudido al abad Ibistión y me ha dicho: "No debes permitir que permanezcan en tu alma"». Y el abad Pastor le dijo: «El abad Ibistión vive arriba en el cielo con los ángeles y no sabe que tú y yo somos combatidos por la impureza. Si el monje se mantiene en el desierto reteniendo su lengua y su apetito, puede estar tranquilo, no morirá».
10. Se cuenta de la abadesa Sara que durante trece años fue violentamente combatida por el demonio de la impureza. Y jamás pidió en su oración verse libre de esa lucha. Solamente decía: «Señor, dame fortaleza».
11. Se contaba también de ella: un día, este mismo demonio le atacó más encarnizadamente que otras veces, sugiriéndole pensamientos de las vanidades del mundo. Pero ella, sin apartarse del temor de Dios y de sus propósitos de abstinencia, subió a la terraza para orar. Y se le apareció corporalmente el espíritu de fornicación y le dijo: «Me has vencido, Sara». Y ella respondió: «No te he vencido yo; ha sido Cristo, mi Señor».
12. Un hermano fue atacado de impureza y la tentación era como un fuego que ardía, día y noche, en su corazón. Él luchaba sin condescender ni consentir con su pensamiento. Mucho tiempo después, la tentación desapareció sin conseguir nada, gracias a la perseverancia del hermano. Y enseguida una luz apareció en su corazón.
13. Otro hermano fue atacado de impureza. Se levantó de noche y fue a visitar a un anciano. Le contó sus pensamientos y el anciano le consoló. Confortado en ese consuelo volvió a su celda. Y de nuevo el espíritu de fornicación volvió al ataque. Y de nuevo acudió al anciano. Y la cosa se repitió muchas veces. El anciano no le desanimaba, sino que le decía lo que le podía ser útil en su situación: «No cedas al diablo ni aflojes en tu lucha. Por el contrario, a cada ataque del demonio, ven a buscarme y el demonio derrotado se alejará. Pues nada alegra más al demonio que el que se oculten sus tentaciones. Y nada le molesta más que el que le descubran sus pensamientos». Por once veces vino el hermano al anciano acusándose de sus pensamientos. La última vez el hermano dijo al anciano: «Sé caritativo conmigo y dime una palabra». Entonces el anciano le respondió: «Créeme hijo, si Dios permitiese que los pensamientos que combaten mi alma pudiesen pasar a la tuya, no podría soportarlos y caerías muy bajo». Dichas estas palabras, por la gran humildad del anciano, se apaciguó el espíritu de impureza en el hermano.
14. Otro hermano fue combatido de impureza. Luchó y redobló su abstinencia y durante catorce años se guardó de consentir a sus malos deseos. Luego vino a la asamblea y descubrió delante de todos lo que padecía. Y todos recibieron el mandato de socorrerle. Hicieron penitencia y oraron a Dios por él durante una semana y se apaciguó su tentación.
15. Un anciano decía de los pensamientos de impureza: «Eremita, ¿quieres salvarte después de tu muerte? Vete, trabaja, vete, mortifícate, busca y encontrarás. Vigila, llama y se te abrirá. En el mundo los atletas son coronados cuando se han curtido en la lucha y han demostrado su fortaleza. A veces, uno lucha contra dos, y estimulado por los golpes logra la victoria. ¿Has visto cuánta fuerza ha conseguido con sus ejercicios físicos en el gimnasio? Pues bien, tú también mantente firme y fuerte y el Señor combatirá contigo contra tu enemigo».
16. Del mismo tema de los pensamientos impuros dijo otro anciano: «Haz como el que pasa por la calle o por delante de una taberna y percibe el olor de la cocina y de los asados. El que quiere entra y come; el que no quiere sólo huele y se va. Haz tú lo mismo, rechaza ese mal olor, levántate y ora diciendo: "Hijo de Dios, ayúdame". Haz esto mismo para ahuyentar los otros pensamientos. Por otra parte no somos extirpadores de los pensamientos, sino combatientes».
17. Otro anciano decía de los pensamientos de impureza: «Los padecemos por negligencia. Pues si consideramos que Dios habita en nosotros, no dejaríamos entrar nada extraño en nuestra alma. Cristo, que mora en nosotros y vive con nosotros, es testigo de nuestra vida.
Por eso nosotros que lo llevamos con nosotros y le contemplamos, no debemos descuidarnos, sino santificarnos, como Él es santo. Mantengámonos sobre la piedra, y el maligno se estrellará contra ella. No temas, que no te puede vencer. Canta con valentía: "Los que confían en Yahveh son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre"». (Sal 124, 1).
18. Un hermano preguntó a un anciano: «Si un monje cae en pecado, se angustia porque de progresar en la virtud pasa a un estado peor y tiene que trabajar para levantarse. Al contrario, el que viene del mundo, como parte de cero, siempre progresa». El anciano le respondió: «El monje que sucumbe ante la tentación es como una casa que se derrumba. Y si reconsidera su vocación, reedifica la casa destruida. Encuentra muchos materiales útiles para el edificio, tiene los cimientos, piedras, arena y todas las otras cosas necesarias para la construcción, y así rápidamente levanta la casa. El que ni ha cavado, ni ha echado los cimientos, ni tiene nada de aquello que es necesario, ha de ponerse a la obra con la esperanza de terminarla un día. Lo mismo sucede si el monje sucumbe a la tentación. Si se vuelve a Dios, tiene toda la ayuda de la meditación de la ley divina, de la salmodia, del trabajo manual, de la oración y otras muchas cosas que son fundamentales. Al contrario, el novicio, mientras aprende todo esto, continúa en su estado primitivo
19. Un hermano atormentado por el espíritu impuro, fue a visitar a un anciano muy notable y le rogaba, diciendo: «Hazme la caridad de rogar por mí, pues soy muy tentado de impureza». El anciano oró al Señor. Pero el hermano volvió por segunda vez repitiendo las mismas palabras. El anciano, por su parte, insistió en la oración al Señor diciendo: «Señor, revélame la causa de la acción del diablo contra este hermano, porque te lo he pedido, y no ha encontrado todavía la paz». Y el Señor le descubrió lo que le sucedía a aquel hermano. Vio al hermano sentado y a su lado el espíritu de fornicación, y como si jugase con él. Y el ángel enviado en su ayuda estaba en pie indignado contra el hermano, porque no se postraba ante Dios, antes se complacía en sus pensamientos volcando en ellos toda su atención. El anciano comprendió que la culpa era toda del hermano y le dijo: «Tú consientes en tus pensamientos». Y le enseñó cómo debía resistir a aquellos pensamientos. E instruido el hermano por la doctrina de aquel anciano y con la ayuda de su oración, encontró descanso para su tentación.
20. En cierta ocasión el discípulo de un anciano notable fue tentado de impureza. El anciano que veía su sufrimiento, le dijo: «¿Quieres que ruegue al Señor para que te libere de esta lucha?». El discípulo le respondió: «Padre, veo que estoy padeciendo mucho, pero siento también el fruto que saco de esta lucha. Por eso pide al Señor en tus oraciones que me dé la fuerza para resistir». Y su abad le dijo: «Ahora veo, hijo mío, lo mucho que has adelantado y que me has superado a mí».
21. Se cuenta que un anciano bajó a Scitia, con su hijo que todavía no había sido destetado, el cual, como se crió en el monasterio, no sabía que existieran mujeres. Cuando se hizo hombre, los demonios le presentaban de noche figuras de mujeres, y él admirado se lo comunicó a su padre. En cierta ocasión subió con su padre a Egipto y al ver mujeres le dijo: «Estas son las que se me presentaban de noche en Scitia». Y el anciano le dijo: «Hijo, estos son monjes que viven en el mundo. Usan un hábito distinto del de los ermitaños». Y se extrañó el anciano de que los demonios le hubieran presentado imágenes de mujeres en Scitia, y enseguida se volvieron a su celda.
22. En Scitia, se encontraba un hermano muy probado por las tentaciones. El enemigo le traía la memoria de una hermosa mujer y le atormentaba mucho. Y sucedió, por disposición divina, que otro hermano bajó de Egipto a Scitia. Y hablando entre ellos le comunicó la muerte de cierta persona. Era precisamente aquella mujer que turbaba al hermano. Al oírlo, tomó su manto y de noche acudió al lugar donde la habían enterrado. Cavó la tumba, limpió con su manto la sangre putrefacta de ella, y se volvió a su celda con ella. El olor era intolerable, pero él ponía ante sí aquella podredumbre y combatía sus pensamientos, diciendo: «Mira lo que tanto deseabas. Ya lo tienes, sáciate con ello». Y se impuso el tormento de ese hedor hasta que cesó dentro de su alma aquella lucha.
23. Una persona vino un día a Scitia para hacerse monje. Traía con él a su hijo que acababa de ser destetado. Cuando el niño se hizo adulto, los demonios empezaron a atacarle y a tentarle. Y dijo a su padre: «Voy a volver al mundo; pues no puedo dominar mis pasiones carnales». Su padre le animaba, pero él volvió a la carga: «No puedo aguantar más; padre, déjame marchar». Su padre le insistió: «Hijo, escúchame una vez más. Toma cuarenta panes y hojas de palma para cuarenta días de trabajo. Vete al interior del desierto, estáte allí cuarenta días y que se cumpla la voluntad de Dios». Obediente a su padre se fue al desierto, y permaneció allí, trabajando y tejiendo palmas secas y comiendo pan seco. Después de veinte días de hesyquia vio una aparición diabólica. Se puso en pie delante de él una especie de mujer etíope, de aspecto repugnante y fétido. Su hedor era tan insoportable que no lo podía aguantar y la arrojó lejos de sí. Y ella le dijo entonces: «Soy la que aparezco dulce en el corazón de los hombres. Pero por tu obediencia y perseverante ascesis, Dios no me ha permitido seducirte, sino que te di a conocer mi hedor». Él se levantó y, dando gracias a Dios, volvió a su padre y le dijo: «No quiero volver al mundo, padre. He visto la obra del diablo y he sentido su hedor». Su padre, que había sabido lo ocurrido por una revelación, le dijo: «Si te hubieras quedado allí cuarenta días y hubieras guardado mi mandato hasta el final, hubieras visto cosas más extraordinarias».
24. Un anciano moraba muy dentro del desierto. Tenía una pariente que hacía muchos años deseaba verle. Ella se enteró del lugar donde moraba, y se puso en camino hacia el desierto. Encontró a unos camelleros, se unió a ellos y con ellos se adentró en el desierto. Era llevada por el diablo. Llegando a la puerta del anciano se dio a conocer, diciendo: «Soy yo, tu pariente» y se quedó con él. Otro monje que moraba en la parte inferior del desierto, llenaba su jarra de agua a la hora de la comida; y de pronto se cayó la jarra y se derramó el agua. Y por inspiración de Dios, se dijo: «Iré al desierto y contaré a los ancianos esto que me ha sucedido con el agua». Se puso en marcha y como se hiciese tarde durmió en un templo pagano que había junto al camino. Y durante la noche oyó a los demonios que decían: «Esta noche haremos caer a aquel monje en la impureza». Al oírlo, se afligió mucho y llegándose al anciano lo encontró triste. Y le dijo: «¿Qué he de hacer, Padre? Lleno mi jarra de agua y a la hora de la comida se derrama toda». El anciano le respondió: «Vienes a preguntarme por qué se te cae la jarra. Y yo ¿qué debo hacer, pues esta noche he caído en la fornicación?». «Lo sabía», le respondió el otro. «¿Tú, cómo lo sabes?», le dijo el anciano. «Dormía en un templo y oí a los demonios hablar de ti», le contestó. Y el anciano dijo: «Me vuelvo al mundo». Pero el hermano le suplicaba: «No, Padre, quédate aquí; despide a esa mujer. Lo que te ha ocurrido ha sido obra del enemigo». El anciano le escuchó y se animó. Redobló su penitencia con muchas lágrimas, hasta que recobró su estado anterior.
25. Un anciano dijo: «El desprendimiento, el silencio y la meditación en secreto, engendran pureza».
26. Un hermano preguntó a un anciano: «Si alguno cae en tentación, ¿qué pasa con el escándalo de los demás?». Y el anciano le contó esta historia: «Había un diácono muy conocido en un monasterio de Egipto. Un magistrado, perseguido por el gobernador, vino con toda su familia al monasterio. Bajo la acción del maligno el diácono pecó con la mujer del magistrado y todos los hermanos se llenaron de vergüenza. El diácono fue a ver a un anciano y le contó lo sucedido. El anciano tenía una celda interior oculta. Cuando la vio el diácono le dijo: "Entiérrame aquí mismo vivo y no se lo digas a nadie". Y entró en aquella celda obscura e hizo allí verdadera penitencia. Mucho tiempo después aconteció que no se produjo la crecida del Nilo. Y mientras todos rezaban las letanías, le fue revelado a uno de los ancianos, que el agua del río no subiría, si no venía a rezar con ellos el diácono que estaba escondido en la celda de uno de los ancianos. Al oírlo, se admiraron mucho y fueron a sacarle del lugar donde estaba. Oró y subió el agua. Y los que se habían escandalizado de él, quedaron después edificados de su penitencia, y glorificaron a Dios».
27. Dos hermanos fueron a la ciudad para vender lo que habían fabricado. En la ciudad se separaron y uno de ellos cayó en la fornicación. Poco después llegó el otro hermano y le dijo: «Hermano, regresemos a nuestra celda». «No voy», respondió el otro. «¿Por qué no, hermano?». «Porque cuando me dejaste, dijo el otro, me vi tentado y pequé de impureza». Pero su hermano, queriéndoselo ganar, se puso a decirle: «También a mí me ha sucedido lo mismo, y después de dejarte he fornicado también. Pero volvamos y hagamos juntos penitencia con toda nuestra fuerza, y Dios nos perdonará aunque seamos pecadores». Al volver a su celda, contaron a los ancianos lo que les había ocurrido, y éstos les señalaron la penitencia que debían cumplir. Uno de ellos, sin embargo, no hacía penitencia por sí, sino por el otro hermano, como si también él hubiera pecado. Viendo Dios su penitencia y su caridad, a los pocos días descubrió a uno de los ancianos que por la gran caridad de aquel hermano, que no había pecado, había perdonado al que había fornicado. Esto en verdad es dar su vida por el hermano.
28. Un hermano fue un día a decir a un anciano: «Padre, mi hermano me abandona para ir no sé dónde y sufro por ello». El anciano le animaba: «Hermano, llévalo con paz, y Dios viendo tu sufrimiento y tu paciencia, lo traerá de nuevo junto a ti. Sabes que la severidad y la dureza no valen para hacer cambiar de idea a nadie. Pues el demonio no arroja al demonio. Más bien será con benignidad como conseguirás atraerlo. Dios mismo atrae a sí a los hombres por la persuasión». Y le contó lo que sigue: «Dos hermanos vivían en la Tebaida y habiendo uno de ellos pecado de impureza dijo al otro: "Voy a regresar al mundo". El otro llorando le dijo: "No permito, hermano, que te vayas, pierdas el fruto de tu trabajo y de tu virginidad". Pero el primero no lo aceptó: "No me quedaré, me iré. O vienes conmigo y de nuevo volveré contigo o déjame marchar y me quedaré en el mundo". El hermano fue a contar lo que le ocurría a un anciano venerable. "Vete con él, le dijo el anciano, y Dios por causa de tus sufrimientos no permitirá que sucumba". Y los dos hermanos volvieron al mundo. Llegaron a una aldea y viendo Dios la pena de aquel que por caridad y afecto acompañaba a su hermano, arrancó del otro su mal deseo. "Hermano, le dijo, volvamos al desierto. Supongamos que hubiese pecado con una mujer, ¿qué hubiera sacado de ello?". Y volvieron indemnes a su celda».
29. Un hermano tentado por el demonio fue a decir a un anciano: «Estos dos hermanos viven juntos y se portan mal». El anciano se dio cuenta que el demonio le engañaba y mandó llamar a los dos hermanos. Al llegar la noche, les preparó una estera y los cubrió con una manta, diciendo: «Los hijos de Dios tienen el alma grande y santa». Luego dijo a su discípulo: «Encierra a este hermano solo en una celda, pues tiene el vicio del que acusa a los otros».
30. Un hermano dijo a un anciano: «¿Qué debo hacer, pues me mata un pensamiento vergonzoso?» El anciano le respondió: «Cuando una mujer quiere destetar a su hijo se frota los senos con algo amargo, y cuando el niño viene a mamar, como de costumbre, siente ese gusto amargo y se va. Tú también, pon algo amargo en tus pensamientos». Y el hermano le preguntó: «¿Cuál es esa cosa amarga que debo poner?». «La meditación de la muerte y de los tormentos preparados para los pecadores en el siglo venidero», dijo el anciano.
31. Un hermano consultó a un anciano acerca de los pensamientos de impureza. Y el anciano le respondió: «Nunca he tenido tentaciones en esa materia». Y el hermano desalentado fue a contarlo a otro anciano: «Mira lo que me ha dicho aquel monje, y me ha escandalizado porque lo que me ha dicho supera las fuerzas de la naturaleza». El anciano le dijo: «No te ha dicho eso sin motivo este hombre de Dios. Vuelve a él, pídele perdón y que te aclare el sentido de sus palabras». El hermano volvió arrepentido al anciano, hizo una metanía y le dijo: «Perdóname, Padre, pues me porté como un tonto contigo y me marché sin despedirme. Te ruego me expliques por qué no te has visto nunca combatido por la impureza». El anciano le contestó: «Desde que soy monje nunca me he saciado de pan, ni de agua, ni de sueño. Y el tormento de todas estas privaciones no me ha permitido sentir el apetito de la impureza». El hermano se fue muy aprovechado de la respuesta del monje.
32. Un hermano preguntó a un anciano: «¿Qué debo hacer? Pienso continuamente cosas impuras, que no me dejan ni una hora de descanso y mi alma está muy afligida». El anciano le dijo: «Cuando los demonios siembren en tu corazón esos pensamientos, y tú te des cuenta, no discutas en tu interior. Lo propio del demonio es sugerir el mal. Pero aunque no dejen de molestarte no te pueden forzar. De ti depende el consentir o no». «Mas ¿qué he de hacer?, respondió el hermano, porque soy débil y me domina esta pasión». «Atiende a lo que voy a decirte, respondió el anciano, ¿sabes lo que hicieron los madianitas? Adornaron a sus hijas con sus mejores galas, y las expusieron delante de los israelitas, pero no obligaron a nadie a pecar con ellas, sino los que quisieron cohabitaron con ellas. Los demás se indignaron y se vengaron con la muerte de aquellos que quisieron inducirles a la fornicación. Así hay que combatir a la impureza. Cuando empiece a hablar en el fondo de tu corazón no le respondas. Levántate, ora y haz penitencia, diciendo: "¡Hijo de Dios, ten piedad de mí!"». Dijo el hermano: «Padre, hago meditación, pero no siento la compunción del corazón, porque no entiendo el sentido de las palabras». Y el anciano le dijo: «Sigue meditando. Oí al abad Pastor y a otros Padres estas palabras: "El encantador no entiende las palabras que pronuncia, pero la serpiente las oye, las entiende, se humilla y se somete al encantador". Hagamos lo mismo, aunque ignoremos el sentido de las palabras que pronunciamos; los demonios las escuchan, se espantan y huyen».
33. Decía un anciano: «Los pensamientos de impureza son frágiles como el papiro. Si vienen sobre nosotros y los rechazamos sin consentir en ellos, se quiebran sin esfuerzo. Pero si cuando se presentan nos deleitamos con ellos y consentimos, se hacen como el hierro y es difícil destruirlos. Por eso es necesario tener discreción en nuestro pensar, para que sepamos que para el que consiente no hay esperanza de salvación. En cambio para los que no consienten les está reservada la corona».
34. Dos hermanos combatidos de impureza, abandonaron el monasterio con intención de contraer matrimonio. Pero luego se dijeron el uno al otro: «¿Qué hemos ganado abandonando nuestro estado angélico por este estado de corrupción, al que seguirá el fuego y los tormentos? Volvamos al desierto y hagamos penitencia de lo que hemos intentado hacer». De vuelta al desierto, confesaron su falta y rogaron a los Padres que les impusieran una penitencia. Los ancianos les encerraron un año entero y a cada uno se le daba la misma cantidad de pan y la misma medida de agua, pues los dos parecían tener las mismas fuerzas. Al terminar su penitencia salieron los dos. Y los Padres vieron que uno de ellos estaba pálido y muy triste; el otro, en cambio, robusto y muy alegre. Y se admiraron porque los dos habían recibido la misma cantidad de comida y de bebida. Y preguntaron al que estaba triste y abatido: «¿En qué pensabas en tu celda?». Y respondió: «En el mal que había hecho y en el castigo que me sobrevendría, y el temor hacía que la piel se adhiriese a mis huesos». Hicieron la misma pregunta al otro y contestó: «Daba gracias a Dios por haberme librado de las miserias de este mundo y de las penas del siglo venidero y por haberme devuelto a este estado angélico. Y me llenaba de alegría al pensar continuamente en Dios». Los ancianos dijeron: «Ante Dios la penitencia de los dos tiene el mismo valor».
35. Un anciano cayó gravemente enfermo en Scitia, y los hermanos le servían. Y al ver el trabajo que les daba, dijo: «Iré a Egipto para no molestar a estos hermanos». Pero el abad Moisés le aconsejó: «No vayas porque caerás en la impureza». El anciano se entristeció y le dijo: «Mi cuerpo está muerto, ¿y tú me dices esto?». Y se marchó a Egipto. Al conocer su llegada, los habitantes de los alrededores le trajeron muchos presentes. Y vino también una virgen fiel para servir al anciano enfermo. Poco después, sintiéndose mejor, pecó con ella y ésta concibió. Los vecinos del lugar le preguntaron de quién era aquel niño y ella contestó: «Es del viejo». Pero ellos no querían darle crédito. Y el anciano les dijo entonces: «Sí, es mío. Cuidad al niño cuando ella dé a luz». Después de nacer el niño y ya destetado, el anciano tomó al niño sobre sus hombros y volvió a Scitia en un día de gran fiesta. Y entró en la iglesia ante toda la multitud de los hermanos. Estos al verle se echaron a llorar. Y él les dijo: «¿Veis este niño? Es hijo de mi desobediencia. Tened cuidado hermanos míos, que yo he hecho esto en mi vejez, y rogad por mí». Y volviendo a su celda, se entregó a su antiguo modo de vida.
36. Los demonios tentaron muy violentamente a un hermano. Tomando la forma de hermosas mujeres, durante cuarenta días se esforzaron sin interrupción por hacerle cometer el pecado. Pero como él resistió virilmente el combate, sin dejarse vencer en lo más mínimo, Dios, que contemplaba aquella hermosa lucha, le concedió la gracia de no padecer en adelante ninguna tentación carnal.
37. Un anacoreta vivía en el Bajo Egipto, y era muy célebre porque vivía solo en su monasterio, en un lugar desértico. Y por instigación del diablo, una mujer depravada que oyó hablar de él dijo a unos jóvenes: «¿Qué me queréis dar y haré caer a vuestro anacoreta?». Y ellos concertaron lo que le darían. Salió por la tarde y llegó a la celda simulando haberse extraviado. Llamó, salió a abrir el ermitaño y al verla se turbó. Y le dijo: «¿Cómo has llegado hasta aquí?». Ella respondió llorando: «Me he extraviado». Conmovido el monje la hizo pasar al patio. Luego, él entró en su celda y cerró por dentro. Pero la infeliz gritaba: «Padre, unas bestias feroces me devoran». El monje se turbó de nuevo, y temiendo el juicio de Dios, se decía: «¿De dónde me viene esta desgracia?». Y abriendo la puerta la introdujo dentro. Y empezó el diablo a tentarle con ella, como si le lanzara flechas al corazón. Y entendiendo el anciano que las tentaciones venían del demonio, se decía a sí mismo: «Los caminos del enemigo son tinieblas; el Hijo de Dios es luz». Y levantándose encendió su lámpara. Pero como la pasión le devoraba, dijo: «Los que hacen eso van al suplicio. Prueba, pues, si puedes soportar el fuego eterno». Y puso su dedo sobre la llama. Este arde y quema, pero no lo siente, por el fuego violento de su pasión carnal. Y continuó así hasta el amanecer quemando todos sus dedos. Entre tanto la infeliz, al ver lo que hacía, atemorizada, se quedó como una piedra. Por la mañana llegaron los jóvenes y preguntaron al monje: «¿Vino una mujer ayer noche?». «Sí, respondió, está durmiendo aquí». Entraron y la encontraron muerta. Y gritaron: «¡Padre, está muerta!». Entonces, el monje apartó su manto y les mostró las manos, diciendo: «Mirad lo que ha hecho conmigo esta hija de Satanás: me ha hecho perder todos mis dedos». Y les contó lo sucedido y añadió: «Está escrito: no devuelvas mal por mal». Y poniéndose en oración la resucitó. La mujer se convirtió y llevó una vida casta el resto de su vida.
38. Un hermano se vio tentado de impureza, abandonó el desierto, llegó a cierta aldea de Egipto, vio a la hija de un sacerdote pagano y se enamoró de ella, y dijo a su padre: «Dámela por mujer». Él le respondió: «No te la puedo dar sin consultar antes con mi dios». Y acudiendo al demonio, al cual adoraba, le dijo: «Un monje ha acudido a mí, porque quiere casarse con mi hija. ¿Se la doy por esposa?». Y el demonio le respondió: «Pregúntale si reniega de su Dios, de su bautismo y de su profesión de monje». Y el sacerdote acercándose al hermano le dijo: «Reniega de tu Dios, de tu bautismo y de tu estado de monje y te daré mi hija». El monje accedió, y al punto vio una paloma que salía de su boca y subía al cielo. Volvió el sacerdote al demonio y le dijo: «Ha prometido hacer aquellas tres cosas». Pero el demonio respondió: «No le des como esposa a tu hija, pues su Dios no le ha abandonado y le sigue ayudando todavía». El sacerdote volvió a decir al hermano: «No te puedo dar a mi hija, porque tu Dios te ayuda todavía y no te ha abandonado». Al oír esto el hermano pensó: «Si Dios me demuestra tanta bondad, habiendo yo, infeliz, renegado de Él, de mi bautismo y de mi profesión de monje, verdaderamente bueno es este Dios que me ayuda así ahora que soy tan perverso. Entonces, ¿por qué voy a apartarme de Él?». Y volviendo en sí, recobró la calma y volvió al desierto para contar a un anciano venerable lo que le había sucedido. Y el anciano le dijo: «Quédate conmigo en esta cueva, ayuna tres semanas seguidas, y yo rogaré a Dios por ti». El anciano hizo penitencia por el hermano y oró a Dios diciendo: «Os ruego, Señor, que me deis esta alma y que aceptéis su penitencia». Y Dios escuchó su oración. Al terminar la primera semana, el anciano se presentó al hermano, y le preguntó: «¿Has visto algo?». Y el joven respondió: «Sí, he visto una paloma arriba en el cielo, muy por encima de mi cabeza». Y el anciano le aconsejó: «Vigila y ruega intensamente a Dios». Al final de la segunda semana volvió el anciano a preguntar al hermano: «¿Has visto algo?». «He visto la paloma que se acercaba a mi cabeza», respondió el hermano. Y el anciano le recomendó el dominio de su mente y la oración ferviente. Al terminar la tercera semana, volvió de nuevo el anciano para preguntarle: «¿Has visto algo más?». Y le respondió el hermano: «Vi la paloma posarse sobre mi cabeza. Alargué la mano para cogerla, pero echó a volar y entró en mi boca». Entonces el anciano dio gracias a Dios y dijo al hermano: «Dios ha aceptado tu penitencia. En adelante vigila y ten cuidado de ti». El hermano le contestó: «Desde ahora me quedaré contigo hasta la muerte».
39. Un anciano de Tebas contó lo que sigue: «Soy hijo de un sacerdote pagano. Siendo niño iba al templo y veía a menudo a mi padre entrar allí para ofrecer sacrificios al ídolo. Y un día, entré furtivamente detrás de él y vi a Satanás sentado y rodeado de todo su ejército de pie ante él. Y uno de los jefes se acercó para adorarle. "¿De dónde vienes?", le preguntó Satanás, y el demonio le respondió: "He estado en tal región y he provocado guerras y grandes perturbaciones, con mucho derramamiento de sangre, y he venido a comunicártelo". Satán le preguntó: "¿Cuánto tiempo has empleado en esto?". "Treinta días", respondió el diablo. Y Satanás mandó azotarlo, mientras decía: "¡Tanto tiempo para hacer esto!". Y otro demonio se adelantó para adorarle, y Satanás le preguntó: "¿De dónde vienes?". "Del mar. He levantado tempestades, hundido muchas naves y matado a muchos hombres, y he venido a contártelo", respondió. "¿En cuánto tiempo?", preguntó Satanás. "En veinte días", le contestó. Y mandó azotarlo, diciéndole: "En tantos días, ¿sólo hiciste esto?". Y un tercer demonio se postró para adorarle. Y le dijo: "¿De dónde vienes?". "He estado en tal ciudad. En unas bodas he provocado disputas y he hecho que se derramara mucha sangre. Además maté al esposo y he venido a decírtelo". Y preguntó Satán: "¿En cuánto tiempo?". "En diez días", contestó. Y también fue azotado por haber tardado tanto tiempo. Se acercó a adorarle otro demonio, y volvió a preguntar Satanás: "¿De dónde vienes?". "He estado en el desierto. Hace cuarenta años que lucho contra un monje, y por fin esta noche le he hecho caer en impureza". Al oír esto, Satanás se levantó, le abrazó y, quitándose su corona, se la colocó en la cabeza y le hizo sentar en su mismo trono mientras le decía: "¡Bravo, has hecho una gran hazaña!". Cuando oí y vi esto, me dije a mí mismo: "Ciertamente es una gran cosa el estado monacal"».
40. Un anciano que había vivido casado en el mundo, después de su retiro al desierto se veía frecuentemente tentado por el recuerdo de su mujer, y se lo contó a los Padres. Estos, sabiendo que era esforzado y que hacía más de lo que se le pedía, le impusieron una tarea capaz de debilitar su cuerpo hasta el punto que no pudiese levantarse. Por disposición de Dios, vino un Padre para establecerse en Scitia. Pasó junto a la celda del anciano, la vio abierta y pasó de largo admirándose de que nadie saliese a su encuentro. Volvió sobre sus pasos y llamó diciendo: «No sea que esté enfermo el hermano que vive en esta celda». Luego entró y lo encontró muy enfermo. Y le dijo: «¿Qué te pasa, Padre?». El otro le contó su historia: «He vivido en el mundo y ahora el enemigo me atormenta con el recuerdo de mi mujer. Se lo conté a los Padres y me han impuesto una serie de prácticas penosas. He querido cumplirlas en obediencia plena, pero me faltan las fuerzas y sin embargo la tentación crece». A estas palabras, el anciano se entristeció y le dijo: «En verdad, los Padres, como personas autorizadas, tuvieron sus razones para imponerte estos trabajos que te agotan. Pero según mi humilde entender, deja todo esto, toma algo de alimento a su tiempo y repara tus fuerzas. Reza el oficio divino y abandónate en Dios, ya que con tus solas fuerzas no podrás triunfar. Nuestro cuerpo es como un vestido. Si no se le cuida se echa a perder». El hermano hizo lo que se le dijo, y pocos días después le dejó la tentación.
41. Un anacoreta, muy avanzado en la vida espiritual, vivía hacía mucho tiempo cerca de Antinoé. Y muchos se aprovechaban tanto de sus palabras como de sus ejemplos. Por eso el diablo le envidiaba, como le ocurre con todos los varones virtuosos. Y bajo capa de piedad le sugirió que no debía de ayudarse ni ser servido de los demás, sino que, al contrario, él debía servir a los otros. Y el demonio le sugirió esta idea: «Ya que no ayudas a los demás por lo menos sírvete a ti mismo. Vende en la ciudad las cestas que fabricas, compra lo que necesites y vuelve a tu soledad para que no seas gravoso a nadie». Se lo sugería el diablo porque envidiaba su hesychia, el mucho tiempo que consagraba a Dios y el provecho que muchos sacaban de ello. Por eso el demonio tenía prisa en tenderle una trampa para hacerle caer. El ermitaño, pensando que era una buena idea, se dispuso a salir de su monasterio. Y aunque todos le admiraban, sin embargo, desconocía esta clase de trampas. Mucho tiempo después encontró una mujer y dada su falta de experiencia y cautela, le engañó y se enamoró de ella. Se fue a un lugar retirado, con el diablo sobre sus pasos, y pecó junto a un río. Y pensó en la alegría del enemigo con ocasión de su ruina, cayó en desesperación porque había ofendido tan gravemente al Espíritu de Dios, y recordando a los santos ángeles y a tantos Padres venerables, que aunque vivían en las ciudades habían triunfado del demonio, se afligió mucho porque no podía parecerse a ninguno de ellos, olvidando que Dios da su fortaleza a los que se convierten a Él con devoción. En su ceguera, no viendo como curar su pecado, quiso arrojarse al río para dar alegría completa al demonio.
Por el intenso sufrimiento de su alma enfermó también su cuerpo. Y si no le hubiera socorrido la misericordia de Dios, hubiera muerto sin penitencia, con gran gozo del enemigo.
Vuelto finalmente en sí, se propuso llevar a cabo una penosa penitencia rogando a Dios con llanto y lágrimas. Volvió al monasterio, clavó la puerta de su celda y se puso a llorar a Dios con súplica incesante como se hace con los muertos. Su cuerpo se debilitó a fuerza de velar y ayunar, pero él no mitigaba su penitencia, pues no tenía la seguridad de que fuese suficiente. Los hermanos, tratando de ayudarle, venían a verle y llamaban a la puerta, pero él les contestaba que no podía abrir: «He hecho voto de hacer durante un año una vida de absoluta penitencia. Orad por mí», les decía. No sabía qué responder sin que ellos se escandalizasen por lo ocurrido, ya que era tenido por todos como un monje respetable y de gran virtud. Y durante todo el año practicó un riguroso ayuno y una dura penitencia. Por Pascua, la noche misma de la Resurrección, tomó una candela nueva y la puso en un cántaro nuevo. Lo tapó con una tapadera y se puso en oración desde el atardecer diciendo: «Oh Dios, compasivo y misericordioso, que quieres salvar aun a los mismos paganos para que vengan al conocimiento de la verdad, me refugio en ti, Salvador de los fieles. Ten piedad de mí que tanto te ofendí, proporcioné un gozo grande al enemigo y he muerto por obedecerle. Tú, Señor que te apiadas de los impíos y de los que carecen de misericordia, Tú que mandas tener misericordia con el prójimo, ten piedad de mi abyección. Para Ti no hay nada imposible y mira que mi alma es llevada como polvo al borde del infierno. Ten piedad de mí, pues eres benigno y misericordioso con esta criatura tuya. Tú, que resucitarás los cuerpos de los que ya no viven el día de la Resurrección, ¡escúchame, Señor, que mi corazón desfallece y mi alma es muy desgraciada! Mi cuerpo, que tanto he manchado, está extenuado. Ya no tengo fuerzas para vivir porque me falta la esperanza.
Perdona este pecado por el cual he hecho penitencia, pecado doble porque he desesperado. Devuélveme la vida, que estoy arrepentido, y ordena a tu fuego encender esta lámpara. Para que seguro de tu misericordia y de tu perdón por todo el resto de mi vida, guarde tus mandamientos, no me aparte de tu santo temor y te sirva con mayor fidelidad que antes». Y orando con muchas lágrimas la noche misma de la Resurrección del Señor, se levantó para ver si se había encendido la candela. Y descubriendo el vaso vio que no se había encendido. Cayó de nuevo rostro en tierra, rogando a Dios con estas palabras: «Sé, Señor, que la batalla la preparaste para que fuese coronado. Pero no supe mantenerme firme, y teniendo en más los placeres de la carne, he preferido los tormentos de los impíos. Perdóname, Señor, de nuevo confieso a tu bondad mi infamia, delante de los ángeles y delante de todos los justos y la confesaré también delante de todos los hombres si no fuera escándalo para ellos.
Señor, ten piedad de mí para que pueda enseñar a los demás, Señor, dame la vida». Repitió tres veces esta oración y fue escuchado. Y levantándose encontró encendida la candela, con gran brillo. Y ebrio de esperanza, y confortado de gozo su corazón, admiró la gracia de Dios que así le perdonaba sus pecados y daba así satisfacción a su alma como se lo había pedido. Y decía: «Te doy gracias, Señor, porque has tenido piedad de mí que no soy digno siquiera de vivir en este mundo, y que con este nuevo y maravilloso milagro me has devuelto la confianza.
Tú perdonas misericordiosamente a las almas que has creado». Y perseverando en su oración amaneció el día. Y alegrándose de este modo en el Señor se olvidó de la comida. El fuego de su lámpara se mantuvo durante toda su vida, añadiéndole aceite cuando era necesario, y velando para que no se apagase. Y de nuevo habitó en el Espíritu divino, y se hizo insigne ante los demás, dando testimonio de su humildad por la confesión y acción de gracias a Dios con gran alegría.